Capítulo

7



Levanté la cabeza. Estábamos tan cerca que mis pestañas rozaron su barbilla y sentí el calor que desprendían nuestros cuerpos en el pequeño resquicio que separaba nuestras bocas.

—Lucas, solo te necesito a ti —dije, reuniendo valor.

Lucas me acarició la mejilla y rozó sus labios contra los míos. Ese primer contacto me cortó la respiración, pero había dejado de tener miedo. Estaba con Lucas y no podía pasarme nada.

Lo besé y descubrí que mis sueños no me habían engañado: sabía cómo besarlo, cómo tocarlo. Era un conocimiento que había atesorado en mi interior desde siempre, a la espera de la chispa que lo prendiera y lo avivara. Lucas me estrechó contra su pecho con tanta fuerza que apenas pude respirar. Fue un beso profundo y lento, impetuoso y delicado, mil veces distinto. Perfecto en todas sus facetas.

Se me cayó la chaqueta de los hombros y mis brazos y hombros quedaron expuestos al aire. Deslizó las manos por mi espalda para protegerme del frío nocturno y sentí sus palmas en mis omóplatos y sus dedos en mi columna. El tacto de su piel sobre la mía fue muy agradable, mucho mejor de lo que había imaginado, y dejé caer la cabeza hacia atrás, suspirando de placer. Lucas me besó en la boca, en las mejillas, en la oreja, en el cuello.

—Bianca —dijo en un dulce susurro que sentí en la piel. Los labios de Lucas rozaban mi cuello—. Deberíamos parar.

—No quiero.

—Aquí fuera... No deberíamos... Dejarnos llevar...

—No tienes que parar.

Le besé el pelo y la frente. Solo podía pensar en que ahora me pertenecía, a mí y solo a mí.

Cuando nuestros labios volvieron a encontrarse, el beso fue diferente, intenso, casi desesperado. Nuestras respiraciones se habían acelerado y nos impedían hablar. No existía nada en el mundo salvo él y esa voz monótona en mi interior que insistía una y otra vez en que él era mío, mío, mío...

Sus dedos rozaron el fino tirante del vestido y este se escurrió de mi hombro y dejó a la vista la curvatura superior de mi pecho. Lucas dibujó con su pulgar una línea entre mi oreja y mi hombro. Deseé que no se detuviera, que me tocara como necesitaba que me tocaran. No pensaba racionalmente, de hecho apenas conseguía pensar. En aquel momento solo existía mi cuerpo y lo que me exigía. Sabía qué debía hacer, aunque ni siquiera llegara a imaginarlo todavía. Lo sabía.

Para, me dije. Sin embargo, Lucas y yo habíamos ido demasiado lejos para poder detenernos. Lo necesitaba, por completo, ahora.

Sujeté su rostro entre mis manos y posé mis labios suavemente en los suyos, en su barbilla, en su cuello. Y al ver el pulso de las venas latiendo bajo la piel, no pude reprimir mi sed de él.

Lo mordí en el cuello, con fuerza. Lo oí gritar de dolor, desconcertado, pero al mismo tiempo la sangre salió disparada hacia mi lengua y el espeso sabor metálico se propagó en mi interior como un incendio: ardiente, incontrolable, mortífero y bello. Al tragar, el sabor de la sangre de Lucas en mi garganta fue lo más dulce que había conocido hasta el momento.

Medianoche, Claudia Gray

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